Después de mi adolescencia, entendí que el rechazo del otro hacia mí tenía que ver más conmigo que con el otro. Animarme a ser quien soy, es decir, a asumir mis diferencias con lo “normal”, implicaba que muchos ojos me mirarían con desagrado, ese que nace de medir a los demás según nuestra propia visión del mundo, sin intentar ponernos en su lugar.

Pero ese fue solo el primer paso, porque con los años me fui dando cuenta que esa herida seguía abierta y sangraba con mi perfeccionismo, tanto conmigo, como con los demás, penalizando y penalizándome por cualquier equivocación, siendo un constante buscador de errores, dudando de mi valor y procurando alejarme de los espacios donde no iba a ser comprendido, creando una burbuja donde, aparentemente, estaría a salvo. Pero en esa burbuja estaba yo, así es que solo me acercaba a mis propios fantasmas.

Ahora distingo cuando mis miedos hablan, para saber que son eso, solo miedo, no una verdad. Y no los enfrento, los escucho con compasión, no con resistencia. Los escucho para entender lo equivocada que puede estar mi mente, sabiendo que ese no soy yo. Y me ocupo de lo que me hace bien.

Con la madurez, fui haciendo las paces conmigo. Y en esta tarea diaria fui cerrando una herida que hoy, al verla, me recuerda que puedo estar a cargo de mi destino. Y que elijo estarlo.

Julio.

Próximo evento presencial: Spiritual Day Camp en Miami

El 05 de septiembre en Inhale Miami.