Mi primer final de una relación de pareja me dejó muy dolido. Era poco lo que sabía del mundo y mucho lo que tenía que aprender de mí. No me conocía tanto como para pasar la página con facilidad. Fue un final algo enredado y con muchos desencuentros, hasta que entendí que mientras el duelo de quien se va, ya está terminando, por eso se va, en mí ese duelo recién comenzaba.

No hay un manual de vida que nos aplique a todos, pero esta primera experiencia de “desamor” me enseñó que, en los finales de las relaciones, los tiempos suelen ser diferentes. Que no podemos tomar grandes decisiones en ese momento porque entre la emocionalidad y la desilusión, no podemos ver. Por ejemplo, tratar de sostener el lazo llamando a la otra persona para ver cómo está puede ser mal entendido, y nos traería más confusión que claridad.

Como los duelos son personales, de cada uno, también cada uno tiene que vivirlo a su manera. El que se va por su lado y el que queda por el otro. Se requiere mucha madurez de ambos para poder acompañarse en ese momento. Por eso, en aquel caso, tomar distancia fue no solo prudente, sino muy útil. Y luego, cuando ambos duelos se habían vivido, pudimos volver a llamarnos para construir una amistad, con otra manera del amor.

Luego de ese final, hubo algunos más, esta vez en relaciones de amistad. Comprendí que cada quien va eligiendo su camino y pude, ya con más madurez, agradecer lo compartido y dejar de reclamar por lo que no llegó. Así es la vida, siempre en movimiento. Nuestra tarea es movernos a su ritmo, pero mareándonos cada vez menos.
Julio.

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