Durante mucho tiempo escapé a los elogios. De alguna manera, no podía escuchar que otros me valoraran más de lo que yo me valoraba. Me escondía, me escapaba. Le tenía miedo a mi grandeza. No me dejaba en paz.

La grandeza no es nada de gran tamaño, ni fama, ni fortuna, sino la aceptación de nuestro propio valor. Y, debo decir, este camino para valorarme me llevó varios años y aún hoy, hay días en que pierdo el paso.

Es como si algo malo fuera a pasar si termino la guerra conmigo y me trato bien. Como si amarme tuviera un costado peligroso o empequeñecerme fuera más útil que asumir mi grandeza.

Cuando miro hacia atrás, también veo que aún con mis inseguridades, aposté por hacer lo que sentía y no negocié con lo que los miedos me decían. Esa era mi grandeza asomando. Y veo que siempre estuvo. En cada decisión que me llevaba a apostar por lo mejor de mí, había un impulso suave, pero contundente, que me movía y dejaba atrás mis dudas.

Por eso, hoy sé que la grandeza que vive en nosotros nunca se perdió, solo nos hemos distraído en nuestras pequeñeces. Los miedos nos dicen que asumirla puede ser un riesgo, cuando el único riesgo es quedarnos sin vivir plenamente nuestra vida: Sí, plenamente, no de a pedacitos.

Hoy, no evalúo mis dones, los acepto y comparto. No me dejo llevar por ideas que no le suman a mi vida. Y entiendo que vivir mi grandeza, lejos de cualquier banalidad, es una cuestión de supervivencia. Nadie podría vivir mi vida si no lo hago yo. Y no habría mejor destino que este, que voy caminando según mi conciencia me muestra. Y que nada puede ser más grande que sentirme vivo.

Julio.

¡La inteligencia espiritual nos abre a un nuevo mundo de posibilidades!

Esta es tu oportunidad de descubrir tu sabiduría y fortaleza
Iniciamos un nuevo grupo en octubre de 2021

Puedes escribir a [email protected] o visitar la página para conocer más.