He fracasado muchas veces y he aprendido, también, que no todos los fracasos fueron tales. Cuando la caída de un proyecto me dolió mucho, noté que lo que fracasó fue la imagen que quería crear con ese proyecto. A veces, la expectativa que generamos en nuestro entorno es tan grande, que el ruido de su caída hace que las voces de los demás nos perturben más que el hecho en sí.

Por eso, ahora acompaño el nacimiento de mis proyectos con silencio. No se trata de no compartirlos, sino de hacerlo con las personas que sabemos van a saber cuidar su mirada. Estoy convencido que la opinión de los otros es de ellos, pero cuando estamos comenzando algo nuevo, no estamos con tanta certeza como para no dejarnos llevar por sus opiniones.

Cuando fracasamos, algo en nosotros se rompe y necesitamos ese silencio para saber discernir de todas esas partes que se han roto, las que queremos tomar y las que descartaremos. Hoy tomo como auténticas bendiciones los momentos en que algo no ocurre, porque puedo ver que con eso también hay correcciones, nuevas decisiones o pausas necesarias que no habría podido ver de otra manera.

Así como el loto crece y florece alimentándose del barro, son nuestros fracasos los que terminan de darle claridad y brillo a nuestra existencia. Al menos, así lo he vivido.

Julio.

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Una invitación a darnos un respiro, con una mañana de aprendizajes, reflexiones y meditaciones.

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