¡Bienvenidos a la mitad del Peregrinaje 2020: El camino del equilibrio! Cuando comencé a crear estos caminos nunca imaginé que los empezaríamos a recorrer en el marco de un año con tantas particularidades. De hecho, les confieso que no deja de impresionarme lo pertinente que ha sido y es este contenido para sobrellevar todos los aprendizajes a los que tenemos que seguir haciendo frente. Por eso insisto: cuando somos guiados por la voz de nuestra alma no podemos equivocarnos. Mi alma me indicó cómo estar al servicio y esa es la razón por la que hoy puedo poner a su disposición las herramientas necesarias para afrontar cualquier situación de adversidad.

La metáfora que he escogido para poder ilustrar mejor este camino es la del equilibrista. Un equilibrista es aquella persona que, alineada sobre una cuerda, tiene la facultad de caminar sin caerse. Esta imagen es clave porque el equilibrio lo logra gracias a su capacidad de balancearse de un costado al otro en su justa medida.

Con esto en cuenta podemos afirmar entonces que el equilibrio no está ligado a una decisión (yo quiero ser equilibrado o yo quiero tener una vida equilibrada), porque esto es control. Su clave está en saber lidiar con las energías que nos mueven hacia un lado u otro y con el talento de reincorporarnos cada vez que nos vamos inclinando.

El rol de las decisiones y el deseo para un vida en equilibrio

Los primeros dos conceptos que nos ayudarán en nuestra práctica del equilibrio son el discernimiento y el anhelo, que son las formas del alma para tomar decisiones y manifestar sus deseos.

Cuando tomamos decisiones lo hacemos desde la razón: vemos todo lo que está afuera, especulamos y evaluamos la conveniencia. Al hacer este proceso creemos que nuestra voz se ve representada en esa síntesis final, que sería la decisión, cuando en realidad son opiniones del mundo que hemos tomado como propias.

El discernimiento es capaz de llegar a donde la mente no puede porque aunque esta tenga “la mejor información posible” no tiene la sabiduría de NUESTRA VERDAD. Discernir implica revisar cómo me siento con mis decisiones, independientemente de lo que diga el mundo, y eso es lo que nos lleva al equilibrio: permitir la intervención del alma.

El otro concepto central para el trabajo de este camino es el deseo. Lo primero que quiero resaltar sobre esta energía es su carácter indispensable para la evolución del alma: si queremos cumplir nuestro propósito de vida necesitamos vivir el deseo porque es una experiencia humana y para eso hemos encarnado.

Ahora bien, un deseo convencional es un impulso de la mente. Pero, ¿cómo canalizarlo para que opere a nuestro favor? Aprendiendo a dirigirlo para que se convierta en anhelo: en lugar de querer eliminarlo o de ir en contra (porque eso solo lo hace crecer) se trata de comprender lo que nos manifiesta para poder tener más control sobre este. Por su parte, un deseo que proviene del alma (un anhelo) es esa fuerza interna que nos lleva a generar un propósito determinado más allá de las circunstancias.

Para poder distinguirlos de una manera más simple los resumo así: un deseo puesto al servicio de la mente nos ata a la experiencia del cuerpo, mientras que un deseo puesto al servicio del espíritu es tan potente que puede hacer que sobrepasemos todos los límites humanos para ir por aquello que está buscando.

El ABC de la espiritualidad para comprender el equilibrio

Sé que muchas cosas que te digo pueden parecerte densas, por eso desde hace meses he venido preparando píldoras de conceptos espirituales para que te ayudes en caso de que te sea complicado.

Para que te apoyes con los términos claves usados en este artículo te dejo este pequeño mapa:

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