La vagancia y la cobardía son los enemigos más grandes de la vida espiritual.
A veces, siendo discretos, no nos entregamos por completo en los momentos de conexión. Hacemos silencio, pero estamos con un ojo mitad abierto a ver qué sucede alrededor, o nos relajamos sin dejar de lado nuestros pensamientos.
La discreción nos dice que, si nos entregamos, perderemos tiempo o, lo que aún es más temeroso, ¡que perderemos el control! Tememos que suceda algo “raro”. Y ese temor termina por limitarnos justo en el momento en que íbamos a experimentar la paz que buscábamos.
El riesgo, en realidad, no implica ninguna pérdida, excepto la de las ilusiones que nos hayamos creado sobre el mundo, sobre nosotros mismos u otras personas.
Por otro lado, la vagancia se disfraza de responsabilidades y ocupaciones. No es que no hagamos nada. ¡Al contrario! Hacemos tanto, que no podemos hacer lo que realmente tenemos que hacer, los que nos dará bienestar.
Las excusas para tomarnos un momento para estar con nosotros, en silencio, quietos, son la manera en que la vagancia se cuela en nuestra vida y no nos damos cuenta porque estamos demasiado ocupados.
Del libro “Silencio, vivir en el espíritu”