No temo a la vejez. La espero porque, como todas las etapas, sé que traerá una gracia especial. Posiblemente una serenidad más profunda de la que haya conocido hasta hoy, una mirada de aceptación más auténtica y, de esto estoy seguro, traerá una lista de sorpresas que solo conoceré al llegar a ella.
Pero sí puedo decir que he temido no llegar con salud. Por eso, soy cada vez más consciente de mis alimentos, del movimiento del cuerpo y del descanso. Y hay algo más que puedo notar en personas que les pesa la vejez: cuidar lo que pienso. Allí es donde los años se cuentan sumando vida o podemos sentir que nos restan.
Me fui liberando de la mirada de los demás, de la exigencia provocada por los prejuicios. Estoy dispuesto a conocer, compartir y probar lo nuevo, aun cuando no me haga mucho sentido. Siento que le quito vitalidad al cuerpo cuando pienso que lo que yo conocí es lo mejor. En muchos casos, puede ser así, pero, aún así, me animo a ir por lo nuevo.
Y he hecho las paces con mi cuerpo, le agradezco su vitalidad y lo útil que es. Ya no le cuestiono más sus formas ni cómo luce en una foto.
Esta semana, en la Comunidad, he compartido mucho de lo que he aprendido de la edad. Pero también he seguido aprendiendo.
Julio.
