Agradezco haber nacido en un pequeño pueblo de campo. Crecer con poco hace que los detalles signifiquen mucho. Se valora la mirada de un anciano, el juego de los niños en la calle y una taza de té caliente en un día frío. Estoy convencido que la vida no es complicada en sí misma, porque hay un orden y una armonía que no se pierde, pero la complicamos cuando nos alejamos de lo esencial. Cuando, en lugar de buscar lo auténtico, nos quedamos con sustitutos. Y nos vamos llenando de pequeñeces que, cuando las sumamos, no nos alcanzan para nada.

Siento que esta llamada a la esencia está a flor de piel en estos días, en la mayoría de nosotros. Que ya no nos interesa enredarnos en situaciones, con personas o con compromisos que no sentimos auténticos. Queremos andar más livianos, más cómodos, ir más fácil.

Uno de los cambios que algunos nos permitimos tener en estos meses es volver a lo esencial. Poner otra vez el valor en eso que no cuesta caro ni barato, porque difícilmente se puede comprar. Puedo comprar la taza con té, pero ahora disfruto su aroma. Ahora me detengo a ver en la mirada de un anciano su vida entera y mi futuro. Vuelvo a escuchar a los niños jugar, ya no para que se callen porque necesito silencio, sino porque ya estoy en silencio y dejo de escuchar ruido para sentir la alegría que traen sus voces.

La simpleza nos hace sentir libres. Y todos, de eso estoy seguro, queremos más libertad. Está en nosotros, comienza por mí.

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