Valorarme tal como soy ha sido una tarea de muchos años. Es fácil, pero encontré muchas resistencias, porque valorarme era condicional. Caía en la trampa de los logros, de equivocarme menos, de… una lista de cosas por superar. De hecho, la “superación personal” también puede ser una trampa, porque no hay que ser mejor, sino ser nosotros mismos.

Lo que ya somos, alcanza. Y sí, podemos crecer en esa autenticidad, pero no hay nada por superar. O, en todo caso, lo único que superé fue el miedo de ser quien soy.

Al sistema le conviene que no nos gustemos, o que por lo menos no nos gustemos tanto. Nuestros niveles de consumo serían otros si no necesitáramos valorarnos por lo que hacemos, lo que tenemos o lo que logramos. Hablo tanto de consumo material como emocional e intelectual. Muchas veces, nos devoramos el mundo tratando de encontrar algo que no sabemos qué es, cuando lo que buscábamos era estar en paz con nosotros. Nos buscábamos. Queríamos valorarnos más sin tener que ser algo más.

Pero nos vamos llenando de tanto, hasta que un día decimos ¡basta! Basta de tanto afuera, de tanto sacrificio, de tanta exigencia.

Y también un ¡basta! a nosotros mismos. Un día me dije “¡basta!” de maltratarme, de postergarme, de sobre exigirme… y, poco a poco, fui haciendo las paces conmigo.
Julio

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