El amor de mi vida no es una sola persona. Mi mejor amigo no tiene nombre propio. He renunciado a elegir un solo lugar del mundo como mi favorito. De a poco, he ido saliendo de estas formas de quedar aferrados a una persona, a un lugar o a alguna idea que represente tanto… que vivir no tendría sentido sin eso.

Y, sí, sí soy comprometido. Me comprometo con la persona con la que elijo vivir en relación, con mis amigos y con los lugares donde vivo. Pero entiendo que todo puede cambiar, desde las circunstancias a las personas, incluyéndome, y que debemos saber partir o dejar ir si es necesario. Pero si debo partir del lado del amor de mi vida, de ese mejor amigo o de ese lugar especial, si logro irme, me iré tan apegado que lo que sigue nunca se sentirá bien. Un pedazo de mi quedará allí y me tocará vivir a medias.

Me pasó con Nueva York. No me había sentido tan feliz en otro lugar como en Nueva York. Pensé que no habría otro lugar donde pudiera sentirme tan pleno. Y cuando sentí esto, me abrí a la posibilidad de mudarme. Y me mudé. Hay un cierto nivel de apego que es necesario para disfrutar de las experiencias, pero ese apego se vuelve tóxico cuando me identifico de tal manera que “mi vida sin ti no tiene sentido”.

Ahora, el amor de mi vida es el que elijo vivir. Aprendí que el amor y la persona son diferentes. Que me mantengo atado al amor, pero a veces, para poder hacerlo debo dejar ir a las personas. Y que el mejor lugar es donde estoy. Y que siempre puedo volver a elegir.
Julio.

Una experiencia para desarrollar mayor fortaleza espiritual

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