A veces he explotado, otras me he contenido, en ambas hice y me hice daño. Fue de a poco que fui aprendiendo a enojarme.

Lo primero fue quitarme todos los prejuicios sobre el enojo. Como nos hemos dañado tanto enojándonos, creemos que el problema es el enojo y la solución es dejar de enojarse. Es posible que exista un estado de conciencia donde no nos enojemos, ni en voz baja ni en voz alta, pero, de momento, el enojo forma parte del universo de experiencias que nos hacen sentir humanos.

Enojarnos nos ordena a nosotros y nos ayuda a poner orden con el mundo, nos sacude para limpiarnos mental y emocionalmente. Solo debemos encontrar la manera de que nos sirva para eso y nada más. No es una forma de comunicación, no es una venganza, tampoco un intento de ganar o tener razón. El enojo nos mueve para sacarnos de espacios mentales donde nos hemos perdido. Nos ayuda a salir de las historias que nos contamos y nos mueve a algo más sano. Nos despierta, nos sacude.

Cuando llega, me miro y me pregunto, ¿de qué estoy harto en este momento? A veces, nos demoramos demasiado en soltar una idea (un lugar, una persona, una opinión…) y hasta que el enojo nos alerta, no nos damos cuenta de que podemos pensarlo, vivirlo o hacerlo de otra manera.
Para eso nos enojamos, solo para eso.

Julio.

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