Casi siempre que hay sufrimiento es porque hay desconocimiento o poca consciencia sobre lo que estamos viviendo. Y la muerte, que tiene al duelo como parte de la experiencia, es uno de esos tantos temas que, por el temor que nos genera, preferimos no mencionar.

Si comenzamos a ver a la muerte no como un final, sino como una transición a otro estado, donde el alma permanece, aún cuando nos despidamos de la experiencia física, le temeríamos menos. En todo caso, el miedo a la muerte también se puede atenuar trabajando en nuestra voluntad de vivir auténticamente el tiempo que nos queda por delante.

Lo cierto es que la muerte es inevitable, es parte de la vida. Por ende, el duelo siempre estará presente y será necesario transitarlo. No intentemos eliminarlo del proceso, más bien, elijamos vivirlo en paz, sin sufrir ni cargarnos de culpas.

Animémonos a plantearnos el tema del buen morir con nuestros seres queridos. Dediquemos un momento para ver cómo podemos acompañar a quienes se van, en paz, sin sentir que nos perdemos nosotros -y que nos vamos con esa persona-, y que el otro también pueda tener un buen partir.

Cómo atravesar las etapas del duelo por la muerte de un ser querido

Educarnos para el momento en el que dejamos el cuerpo, u otros lo dejan, siempre será la clave para evitar el sufrimiento y seguir adelante.

La primera etapa del duelo es la negación: tiene que ver con nuestro ego y los miedos, que quieren tomar control, y lo primero que hacen es tratar de convencernos de que la realidad no es lo que tenemos delante.

Cuando estemos en negación, entendamos que estamos viviendo esta etapa del proceso y no hay nada de malo en eso.

La segunda etapa es el enojo: acá hay mucha emocionalidad y solemos caer en una pelea, bien sea con la persona que se va, o con nosotros mismos, porque sentimos culpa. Y es necesario vivir ese enojo, no ignorarlo.

Cuando sintamos culpa, entendamos que, cuando las personas se van, el alma está en paz con eso. Por lo tanto, no tenemos mayor responsabilidad en evitar la muerte de esa persona.

La tercera etapa es la tristeza: en algunos casos puede venir con la depresión. En esta parte del proceso, suele quedar en evidencia que nuestro cuerpo está “reseteándose” para dejar ir.

Abracemos la tristeza. Permitamos que nos vaya aliviando de todas las expectativas que ya no van a ocurrir.

La cuarta, y última etapa, es la aceptación: este estado nos hace saber que estamos saliendo a la luz, dejamos de insistir en que las cosas sean como hubiéramos querido que fueran.

En la aceptación estamos en paz con la situación porque tomamos consciencia de que lo más valioso de esa persona que se ha ido sigue vivo.

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