Aún recuerdo la sensación de libertad que sentí el día que me di cuenta que podía elegir cómo quería vivir. Si bien parece algo obvio, no siempre tuve tan claro que yo defino mi vida si así lo decido. Y, de hecho, que tomar decisiones era la manera de ir haciendo de la vida, mi vida. De ir haciendo mi camino.

Y comparto esto con las personas que hoy se acercan para comentarme que se sienten atrapadas en una situación, porque aún no se han dado cuenta que pueden elegir su manera de vivirla. Quizás se sienten atrapadas porque la salida de esa situación los mete en otra situación peor, que no la quieren.

¡Somos mucho más libres de lo que creemos! Y es cierto que una vez que descubrimos esa libertad, podemos asustarnos de la responsabilidad que implica, porque dejamos de buscar alguien que “nos solucione” para ser nosotros esa solución.

Desde esos días, he tomado decisiones que creí malas porque no ocurrió lo que esperaba, pero con el tiempo me di cuenta de que fue la mejor decisión.

En definitiva, cuando asumo mi libertad de elegir y decido algo según lo siento, siguiendo mi verdad, no puedo equivocarme. En cualquier caso, aprendo algo que no sabía. Pero una decisión que se toma con autenticidad no pesa. Si de algo me he arrepentido, y me ha pesado, es haber tomado decisiones que fueron pequeñas traiciones. Y, es decir, que aun cuando “todo salió bien”, no lo sentí como una experiencia valiosa.

Julio.

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