Con los años, he ido desarrollando una amistad incondicional conmigo o lo menos condicional, a decir verdad. He estado más atento a las exigencias destructivas para ser más amable en mis peores días. Fui notando que no estaba tan cansado de lo que sucedía, sino de mí. De una mirada que no paraba de penalizarme y de que esa mirada era la mía.

Aprender a convivir en paz conmigo ha sido una tarea que me ha llevado años y que todavía requiere atención. Estar “hartos” de nosotros puede ser el comienzo de una etapa de transformación donde comenzamos a tratarnos como nos gustaría que los demás nos traten. Donde pasamos nuestro discernimiento más por el corazón que por la mente, donde los “debería” aún viven con fuerza.

Me ha ayudado mucho, cuando me abrumo, preguntarme: ¿qué necesito? Y luego, de eso que necesito, ¿qué puedo darme en este momento? Y ocuparme de ello.

A veces, los problemas no son tan graves o los errores no son tan grandes. En todo caso, el gran problema es no saber tratarnos con suavidad y olvidarnos que somos mucho más que eso que nos pasa.

Si este fuera el último año de mi vida, ¿en que no perdería más el tiempo? La respuesta a esa pregunta me ha despertado muchas veces.

Julio.

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