Aquí tenía 11 años y en mi cara puedo ver el estrés por tomarme esa foto. Por mucho tiempo estuve incómodo con mi cuerpo, en mi cuerpo. Quería esconderme porque sabía que siempre alguien haría un comentario, especialmente por mi peso, y ese comentario dolería. Así crecí y no fue hasta adulto que pude hacer las paces con él. A los comentarios los sigo escuchando, pero ahora mi voz es más fuerte que todas las voces de los demás.

Hoy, puedo reconocer que el cuerpo es el primer espejo de nuestra conciencia. Para nuestros miedos, es el escenario favorito donde bailan y actúan sin parar. Lo criticamos, escondemos, ponemos a pruebas de sacrificios y, con cada cosa, lo sufrimos.

Todos podemos llegar a estar cómodos con nuestro cuerpo, cuidarlo sin sufrirlo y, sobre todo, agradecerle por movernos por todas las experiencias con tanta generosidad, por ser tan noble cuando lo cargamos de negatividad. Sí, porque no es solo lo que comemos, el cuerpo también carga nuestros pensamientos y emociones. Y esa carga suele pesar demasiado.

Esta semana en la que hemos reflexionado sobre nuestra relación con el cuerpo, ¿de qué se han dado cuenta?

Hay una cultura de crítica constante al cuerpo porque al mercado le conviene. Así, compramos ropa para disimularlo, dietas para castigarnos y una lista de productos que prometen cambiarlo. Sé que hacer las paces toma tiempo, pero si no lo hemos hecho, que hoy sea el primer día para elegir estar en paz con el regalo más evidente que la vida nos ha dado.

Julio.

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