Seamos honestos: no existe nadie en este mundo que no haya sentido envidia alguna vez, aunque sea en sus formas más leves. Y es que la envidia es parte de una de las estructuras mentales del ser humano, siempre está en nosotros.
¡Pero no me malinterpreten! No se trata de condenar lo referente a la envidia, sino todo lo contrario. Generalmente, pensamos que la envidia es algo que debemos descartar, pero lo que tenemos que descartar es el uso negativo que le damos. ¿Cómo? Eligiendo hacerlo diferente y cada vez que llegue, démosle la bienvenida. Agradezcamos lo que ha venido a mostrarnos.

¿Qué me dice la envidia?

Cuando envidiamos algo es porque no lo estamos viendo en nosotros mismos. Lo reconocemos en los demás y creemos que sólo lo tienen ellos, no soportamos verlo porque al hacerlo recordamos que no lo tenemos, cuando en realidad es el miedo el que no nos deja aceptarlo. Es decir, no somos capaces de asumir la grandeza, lo luminoso y útil en nosotros, y por eso lo proyectamos.

¿Qué es lo primero que hacemos cuando llega la envidia? Empezamos a querer lo que el otro tiene porque nos molesta no tenerlo. Y lo que la envidia viene a recordarnos es que sí lo tenemos, o que lo podemos tener o desarrollar, sólo que no nos hemos animado a darnos cuenta de que es así. Con esto nos hacemos más daño a nosotros que a quien envidiamos.

Reconocerme me ayuda a moverme de la envidia

Si nos quedamos en la envidia nos alejamos del agradecimiento y del reconocimiento de lo que sí somos, de lo que tenemos y no tenemos. Para empezar a ponernos en movimiento y darnos cuenta de nuestra grandeza es importante que:

  • Descubramos qué es lo que envidiamos, lo que hace la otra persona y qué significa en cuanto a valores, para darnos cuenta de lo que realmente queremos, pero no nos animamos.
  • Cuando llegue un momento en el que haya envidia, recordemos que a esas emociones hay que recibirlas, ser amables con la emoción. La emoción nos ayuda a movernos del lugar en donde estamos.

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