Creo en mí. No siempre lo hice. Muchas veces necesité que otros creyeran en mí. Durante algunos años no creía en nadie que me dijera que creía en mí. Pensaba que lo hacían para no decirme la verdad. En fin, un día comencé a creer en mí.

Es cierto que nos educaron, a la gran mayoría, a pensar como un acto de soberbia el creer o hablar bien de nosotros. Nos suelen incomodar las personas seguras de sí mismas. Parece que la falta de autoestima fuera una señal de humildad.

Me educaron de esa manera, pero hoy creo en mí y hablo bien de mí. También aprendí a escuchar todas las voces que hablan de mí, pero me quedo con aquellas que, aun cuando no estén de acuerdo, lo hacen con respeto y amabilidad. Del resto, las oigo y las dejo pasar. Sé que no hablan de mí.

Esas voces negativas, ya sean nuestras o de los demás, pueden ser las peores enemigas de nuestro destino. Se interponen haciendo ruido, por eso aprendí a caminar en silencio. Cuentan historias extraordinarias, por eso elegí una manera de pensar sencilla. Voy profundo, pero no me quedo en la profundidad. La vida ocurre en lo cotidiano.

Como dije en uno de mis libros: “Las mentes sencillas atraen maravillas; las mentes complicadas, aunque tengan la mejor instrucción, las alejan”.

Para creer en nosotros, entonces, elijamos la voz que refleja nuestra verdad. Dejemos pasar el resto.

Julio.

¡Gracias @etherealpictures_ por la foto!

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