La humanidad ha dado saltos en su evolución, unos más rápidos que otros, pero todos nos han ido acercando a nuestra autenticidad, a honrar nuestra esencia y acercarnos a nuestro propósito de vida. Digamos que cada vez más nuestra vida es aprovechada momento a momento, con cada circunstancia que vivimos, demorando menos en descubrirnos, en tomar acción y en elegir lo que nos haga sentir vivos. Vivos en el sentido más profundo de la palabra.

Estamos ahora transitando una de las etapas más significativas del mundo, al menos de los últimos miles de años. Los seres humanos, después de haber insistido en tomar decisiones usando solo la razón, comenzamos a despertar la inteligencia ligada al corazón y a nuestra alma. Estamos desafiando más los “me conviene” para dejar lugar a los “siento que es esto o siento que es por allí”. Quizás, nos hemos dado cuenta que cuando hemos usado solamente la razón, muchas veces los resultados no han sido los esperados. Nos estamos permitiendo, finalmente, bajar de la cabeza al corazón, ese transito del que tanto hemos escrito y leído, que ha inspirado a poetas y filósofos, pero que seguía siendo un pendiente en nuestros hábitos cotidianos. No para abandonar nuestro razonamiento, sino para integrar una pieza clave: la sabiduría interior.

A esto le llamo inteligencia espiritual, basada en nuestros valores y en lo que no atenta con nuestra verdad más profunda. La que sabe reconocer lo que nos aportará para nuestra evolución o la evolución de nuestra comunidad. Cuando nos sentimos un engranaje de un sistema mayor, del que somos una pieza clave e importante, pero no la única.

Cuando podemos ir mas allá de los cinco sentidos se abren nuevas posibilidades. En estos días, la madurez ya no se queda en la idea del buen uso del paso de tiempo, medida por la prudencia que muchas veces tiene atisbos de miedo, sino de una madurez interna donde podemos reflexionar más profundamente sobre lo que nos sucede, sobre las situaciones en las que estamos involucrados y sobre nuestras relaciones. Darnos un tiempo para el verdadero discernimiento de nuestras metas, para que estén mas acordes a nuestro destino personal que a las presiones determinadas por nuestro entorno, nuestra edad o las circunstancias de un cierto momento de nuestra vida.

Es cada día más común encontrarse con gente que sale adelante y brilla por sus talentos, más allá del lugar del mundo donde viva, sus posibilidades económicas y los patrones estéticos establecidos. El éxito, como realización personal, esta abierto a las personas que, en sus decisiones, consciente o inconscientemente, incluyeron la sabiduría de su alma, que es la única capaz de transcender los conceptos tan extremos de lo bueno y lo malo, de las aparentes carencias y los limites que pensemos tener, para encontrar un camino posible con nuestros propios recursos, la mayoría de ellos internos. Hemos dejado de depender tanto del entorno dando lugar al valor de lo interno, que cada día define más nuestra realidad y nuestro destino.

¡Cuánto bienestar creamos si confiamos en la sabiduría del alma! Personas más realizadas y un sentido de comunidad donde apoyarse y compartir, en lugar de competir y busca beneficios individuales y relaciones en donde la comprensión y la aceptación son unas formas de vida. Hacia ese mundo vamos y, mientras vemos como el viejo mundo se va cayendo a pedazos -y por eso hace tanto ruido-, nos queda por decidir a cuál mundo queremos pertenecer. Es mi intención ser parte de lo nuevo y sé que si estas interesado en este texto, estas entre nosotros.

Cuando podemos ver la vida desde el corazón vamos encontrando nuestro espacio y la competencia ya no nos mueve, sino el deseo de ofrecer lo que tenemos para dar, con la certeza que eso que somos es suficiente para valernos, sin hacer sombras ni estar bajo la sombra de otros. Vamos encontrando nuestro propio brillo.

Permitirnos ir más allá de nuestras lógicas humanas y comenzar a andar otros caminos guiados por los recursos del alma es, en un principio, incómodo. Puede serlo para nosotros, pero seguro lo es para nuestro entorno. Y es inevitable que sea así. Cuestionar lo que el mundo considera obvio, evidente y comprobable, puede transformarse, para los demás, en un acto de locura. Pero es un paso que nos llevará, sin dudas, a nuestra grandeza. La mayoría de las personas que admiramos, tienen una biografía inusual. Muchos vienen de una infancia que los podría haber convertido fácilmente en víctimas del mundo sin haber contado con apoyo cuando lo necesitaron, ya sea de la confianza de su familia o de los recursos materiales que hubieran requerido para salir adelante. Pero allí están, en un lugar de poder inspirando a otros. Ese trayecto desde descubrir sus sueños a vivirlos estuvo guiado por una fuerza interna que desafió cualquier miedo, incluso aquellos que con alguna razón hubieran tenido. Porque no se quedaron con sus razones y buscaron más profundo donde resonaba una verdad más poderosa: en su corazón.

No importa en que etapa de nuestra vida nos encontremos, no sentiremos que nuestras alas están realmente desplegadas hasta que no estemos haciendo uso de todo nuestro potencial. Siempre estuvo disponible, pero no lo habíamos notado. O al notarlo, lo postergamos porque el peso que le pusimos al entorno era más fuerte que lo podíamos sentir como verdadero en la intimidad con nosotros mismos. Pero en nuestra evolución, ha llegado el momento de incorporarlo.

Hacerlo, implica dejar de funcionar a la fuerza, empujando para que nuestra vida se mueva, donde la idea del sacrificio cobra tanta importancia, para vivirla usando nuestro poder.

Hemos imaginado que el poder esta fuera de nosotros, en las jerarquías, en los que más tienen, en alguien demás. Y al hacerlo, nos hemos movido de nuestro propio espacio de poder personal, sosteniendo la creencia que alguien debe hacer algo por nosotros para que nuestra vida tenga sentido, o al menos funcione. La asistencia de un estado proveedor, por ejemplo, en cuanto a la consciencia ciudadana cuando delegamos al estado el poder de tener o no tener y hasta de lo que vamos a ser. “Es este país, no se puede” es una de las frases que más escucho al viajar por Latinoamérica. Y, eventualmente, así es. Porque lo creemos, lo confirmamos y entre todos lo actuamos. Podríamos cambiar en pocos años la historia de nuestros países si al menos unas cuantas personas en una generación lograran ver con claridad esta idea y ponerse en marcha para asumirlo. Confío que esta ocurriendo y no tardaremos en ver los resultados. De todas maneras, nadie podrá hacer nuestra parte, así es que hay un lugar esperando por nosotros en este nuevo mundo cada día mas perceptible.

Una de las maneras de hacernos conscientes de dónde hemos puesto nuestro poder, es revisando honestamente lo que nos interesa. ¿Es dinero, una relación, el cuerpo, el trabajo? También preguntándonos que tememos perder. Si el poder lo tenemos puesto en algo externo lo mas probable es que el miedo este acompañándolo, porque al no ser real, necesitará momentáneamente de las ilusiones que sólo el miedo puede idear.

El verdadero poder nace del alma. Y todo lo que hagamos consultando el alma, llevará impreso ese poder y la garantía de brillar, porque es la luz misma lo que lo inspira. En cambio, cuando la energía que sale de nosotros lleva miedo, no puede menos que producir algún tipo de caos, ser insuficiente y convertirse en una razón para que el dolor ocurra. Lo más importante es que antes que eso ocurra, en nuestro cuerpo habrá señales para avisarnos de lo que esta sucediendo. Es decir, no será necesario vivir la experiencia porque podremos corregir esa energía que aún no hemos actuado para tomar una mejor decisión, si fuera necesaria.

Muchas experiencias de ansiedad están ligadas a la perdida de poder real. Estamos desconectados del alma y haciendo lo que sólo la mente, con sus miedos, nos indica. La sensación de ansiedad que experimentamos en el cuerpo es la experiencia física de esa desconexión. Si buscamos su causa y no nos quedamos en el síntoma, la solución será doble, no tendremos más ansiedad y nos reconectaremos con la parte más sabia de nosotros.

En realidad, toda molestia física es un aviso de estar alejándonos de nuestra esencia o distraídos en nuestra personalidad. La tristeza, por ejemplo, es una de las más evidentes. Por eso nunca es conveniente disimular las emociones o las molestias físicas. Porque el alma puede hablar a través de ellas. Los síntomas son su recurso para que podamos atender su llamado.

Fuimos diseñados para transitar con más facilidad nuestras experiencias humanas. Y ese diseño termina de activarse cuando dos elementos se alinean: nuestra alma y nuestra personalidad. Esa es la función de nuestro corazón, que trabaja como un GPS para indicarnos el camino que en algunos casos no evitará los aprendizajes, pero no nos permitirá demorarnos en ellos, sino en disfrutar de lo aprendido y seguir andando.

Es en este mundo invisible donde también están los valores mas importantes. Un sentido de ética al obrar es natural cuando el corazón esta incluido en el accionar. Y los dones espirituales cobran fuerza naturalmente. Ese es el sentido con el que Gandhi pudo convencer a miles con su idea de paz y Madre Teresa ser compasiva ante la desgracia. Y por el que nosotros podremos acceder a lo que necesitemos en cada momento, ya sea visión, paciencia, certeza, claridad, voluntad o compresión.

Nuestra personalidad puede sentir miedo. Puede ser indiferente, cínica, violenta o sentirse sola. El alma, en cambio, no negocia con lo que no vale la pena. La personalidad no es lo opuesto al alma, sino su complemento. Separada de ella pierde poder y, sobre todo, pierde su sentido. Es una herramienta de esta experiencia física al servicio del alma. No es negativa ni positiva, pero podemos usarla para uno u otro propósito según decidamos incluir o no la visión interna.

Entonces, nuestro trabajo espiritual no es ignorar a la personalidad y dedicarle toda la atención al alma. La personalidad es necesaria y hace una importante contribución a nuestra evolución. El verdadero trabajo terrenal es ir alineando nuestra personalidad y el alma, para que cada una cumpla con su propósito. Sanar implica transitar ese proceso. Una persona que sana, es alguien que va ordenando las funciones de una y otra. La personalidad será ejecutiva y el alma la guía que nos marcará el destino y cómo transitarlo. Una vida consciente se logra cuando ese equilibrio se sostiene en lo cotidiano, en nuestro andar. Una personalidad que esta integrada al alma esta alerta, pero no teme. Escucha sus miedos, pero los entiende y no se guía por ellos. Reconoce los desafíos que la vida le presenta, pero encuentra una manera de transitarlos y seguir fortaleciéndose.

Una persona que esta en contacto con su alma es humilde, serena y comprensiva. Puede ver la belleza de la vida ocurriendo en cada momento, más allá de la apariencia que tenga. Como esta conectada con su esencia, puede conectarse con la esencia de lo que le rodea, especialmente de las personas con las que comparte. Tiene claridad, la que solo la sabiduría puede ofrecer.

Mi inspiración para lo que encontrarás en las siguientes páginas nace del alma. De un deseo profundo de encontrar maneras posibles de vivir una vida espiritual con los pies en la tierra. De incorporar esta sabiduría a nuestro andar cotidiano. Y a permitir que nuestra vida se parezca cada vez más a nosotros.

Ya es tiempo de vivir más fácil, más simple y abundantes.

Del Libro “Activa Tu GPS”

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