A veces, lo más dramático nos trae un regalo, y lo mas doloroso termina siendo agradecido. La manera es que obra la vida, suele tener estos toques de aparente ironía.

¿Cuántas veces la razón por la que nos quejamos y renegamos se transforma es una razón para agradecer?

La bendición comienza por darnos cuenta que estos eventos nos “despiertan” para mostrarnos algo nuevo, diferente, que en ausencia de este evento no hubiéramos notado. Ante lo inesperado, lo que nos duele o no podemos comprender, el ego se asusta y nos quedamos congelados en esa incertidumbre o ese dolor. Pero si comprendemos las paradojas de la vida, sabremos aquietarnos, no para dejarnos atrapar por el caos, sino para permitir que la vida comience a revelarnos lo que aún no podemos ver.

Lo que percibimos con mucho dolor, suele revelarse como una gran bendición.
Las cosas son más pequeñas de lo que las percibimos.
Lo que menos le interesa al ego, lo que evitamos, es donde encontraremos la puerta de salida.
Lo pequeño y lo simple puede tener más impacto que lo inmenso y complejo.
Lo que parece real, termina siendo una ilusión.
Lo que parece estar en los demás, esta en nosotros.
Lo que vemos, es lo que somos.

En perfecta armonía con la vida, no siempre con nuestro ego, el dolor y el caos trae un cambio, y esos cambios llegan siempre para poner nuestra mirada en el presente y quitarlas del pasado. Y para mirar hacia adelante con una visión nueva, clara y abierta.

Es decir, cuando la vida usa sus paradojas, aparentemente irónicas, nos esta pidiendo soltar para recibir, nos quita para darnos, nos detiene para que podamos abrir más grandes los ojos. Porque todo final siempre trae una bendición que abre la puerta a un comienzo. Es decir, que si algo no esta bien, es que aún no ha terminado. Seamos pacientes en dejar que la vida, con sus paradojas, termine de hacer su proceso.